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El primer mapa de un cerebro, de una larva de mosca, acerca el sueño de entender la mente humana

La humanidad solo había sido capaz de mapear célula a célula tres minúsculos sistemas nerviosos con unos pocos cientos de neuronas: el del gusano de laboratorio Caenorhabditis elegans, el de la larva del invertebrado marino Platynereis dumerilii y el de un diminuto animal que vive pegado a las rocas oceánicas, Ciona intestinalis. Un equipo encabezado por el biólogo español Albert Cardona y su colega croata Marta Zlatic han firmado ahora una hazaña científica: el mapa del cerebro completo de la larva de la mosca de la fruta, una estructura con 3.016 neuronas y 548.000 conexiones entre ellas. “Hemos multiplicado por 10 lo que se había conseguido hasta ahora”, celebra Cardona, del legendario Laboratorio de Biología Molecular de Cambridge (Reino Unido), cuyos científicos han ganado una docena de premios Nobel. 

El biólogo, nacido en Tarragona hace 44 años, explica la magnitud del avance. “Imaginemos que el metro de una ciudad tuviera 3.000 estaciones y cada una de ellas estuviera comunicada con otras 200″, ilustra. La complejidad del cerebro de la larva de la mosca de la fruta, sin embargo, palidece ante la estructura más sofisticada sobre la faz de la Tierra: el cerebro humano, un órgano de kilo y medio con 86.000 millones de neuronas. “Tres millares de neuronas parecen muy pocas, pero esta larva es capaz de navegar por gradientes de luz o de olores, puede encontrar comida por sí misma, tiene memoria a corto y a largo plazo. Es un animal muy autosuficiente”, apunta Cardona. Su proeza se publica este jueves en la revista Science, escaparate de la mejor ciencia mundial. 

La persona que empezó a hacer un mapa del cerebro humano fue el español Santiago Ramón y Cajal, en 1888. Con un rudimentario microscopio en su laboratorio de Barcelona, el investigador demostró que el órgano de la mente no era una masa difusa, como se pensaba hasta entonces, sino que estaba organizado en células individuales: las neuronas. Cajal comenzó entonces una tarea titánica, dibujando a mano con maestría cada estructura cerebral, célula a célula, con sus conexiones, a las que él llamaba poéticamente “besos”. 

El biólogo español Albert Cardona, en su despacho del Laboratorio de Biología Molecular de Cambridge.ALBERT CARDONA 

El equipo de Albert Cardona ha empleado métodos más sofisticados. Hace una docena de años, los científicos extrajeron con unas pinzas el sistema nervioso de una larva de mosca de la fruta. Lo cortaron en unas 5.000 lonchas ultrafinas y las observaron con un microscopio electrónico. El biólogo ideó un software que permite unir con precisión esas imágenes —igual que un teléfono móvil junta varias fotos en una única panorámica— y navegar por ese volumen tridimensional, como si fuera Google Maps. 

Las aplicaciones de un mapa cerebral son inimaginables. Cardona cita el trabajo de un compañero de su laboratorio, el neurobiólogo Pedro Gómez Gálvez, uno de los científicos españoles que en 2018 anunciaron el descubrimiento de unas nuevas formas geométricas: los escutoides, una especie de prismas retorcidos observados por primera vez en las glándulas salivales de las moscas de la fruta. Gómez Gálvez está comparando cerebros completos de larvas normales con los de otras larvas modificadas genéticamente para imitar los síntomas del párkinson. Otros trastornos poco comprendidos —como el autismo, la esquizofrenia y la epilepsia— surgen por una desviación del desarrollo cerebral típico. 

El físico estadounidense Emerson Pugh dejó una frase para la historia antes de morir en 1981: “Si el cerebro humano fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, nosotros seríamos tan simples que no lo entenderíamos”. Es la paradoja del cerebro, una estructura tan sofisticada que es incapaz de imaginarse a sí misma. Cardona, sin embargo, es optimista. Cree que obtener un mapa del cerebro humano con sus conexiones neurona a neurona —el llamado conectoma— es solo cuestión de tiempo. “El cerebro del ratón se va a hacer en los próximos 10 o 15 años. La pregunta es cuánto va a costar. Hay varios proyectos proponiéndolo, pero estamos hablando de entre 500 y 1.000 millones de dólares solo para hacer el trabajo preliminar”, calcula el biólogo. “Y el cerebro humano requerirá una cantidad absurda de recursos”, vaticina. 

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