Se nota en las librerías, en las carteleras de los cines y en las consultas de los psicólogos: vivimos tiempos oscuros. La filósofa Donna Haraway recurre al horror cósmico de Lovecraft y defiende que hemos entrado en la era del monstruoso Cthulhu. Las distopías han convertido el futuro en trauma. La imaginación, como nuestros cuerpos, se agota: los escritores han dejado de inventar nuevos mundos y se centran en la autoficción. Los ciclos de la nostalgia se acortan por momentos y la música pop resulta cada vez más repetitiva. Como recoge Layla Martínez en Utopía no es una isla, muchos jóvenes creen que en un futuro cercano la crisis ecológica habrá empeorado, los trabajadores habrán perdido derechos y la democracia se habrá deteriorado.
En un contexto cultural así, no sería raro que los videojuegos más vendidos fueran también lóbregos, complejos y violentos. Pero los datos no apuntan en esa dirección. Al contrario. Según recoge Games Sales Data (un organismo que proporciona cifras de ventas en tiempo real), tanto en 2021 como en 2022, ocho de los diez juegos más vendidos en España fueron desarrollados para Nintendo Switch (frente a dos para Playstation 5). En una industria ferozmente competitiva y que está tan obsesionada con las estadísticas como lo estuvieron las discográficas durante los setenta, esto supone una victoria de Nintendo y, sobre todo, la hegemonía de su modelo. Un modelo que sus detractores consideran infantil, poco serio y demasiado colorista, pero que acumula más de cuarenta años de éxitos.